Aprender a pedir las cosas. Desarrolla tu asertividad
Una vez escuché a un Zutano diciéndole a un Mengano: “no me malentiendas…”. A lo que este contestó: “¡pues no te malexpliques!”.
Este diálogo tenso que acabó en discusión resume la torpeza con la que asiduamente pedimos a los demás lo que necesitamos de ellos. Y es que las buenas intenciones no son siempre suficientes para conseguir que nos entiendan adecuadamente. Una sana intención, pero verbalizada mediante palabras y expresiones negligentes, es capaz de generar líos y malentendidos de padre y muy señor mío.
Así que bajo este paraguas del uso desafortunado del lenguaje contemplo con frecuencia a madres y padres que se desesperan con sus hijos, jefes que no consiguen hacerse entender, empleados que se sienten incomprendidos ante sus jefes, amigos que dejan de hablarse, noches durmiendo en el sofá o, con buena suerte, en la caseta del perro… En definitiva, broncas, desasosiego y malestares que podrían evitarse de usar el don de la palabra como se nos supone tras unos años de escolaridad.
Y es que el reto de un proceso comunicativo está en que la otra persona interprete fielmente lo que la otra quiere expresar, es decir, que mi INTENCIÓN coincida con la INTERPRETACIÓN que hace el otro. Y aquí podemos dar cobijo a todo el periplo de factores que debemos tener en cuenta para la cuadratura de este círculo: tener claro lo que necesito de mi interlocutor, cuidar las primeras palabras para que no se ponga a la defensiva, confirmar mensajes, etc.
Piensa por un momento en cuánto tiempo pasas al día solicitando algo de otras personas:
- Que te esfuerces más
- Que colabores mejor con tus compañeros
- Que hagas las cosas bien
- Que me escuches
- Que me ayudes
- Que llegues a tiempo a las reuniones
- Que no seas tan borde
- Que cuides tu vocabulario
- Que digas lo que piensas
- Que trates mejor a los clientes
- Que tengas tu mesa más ordenada
- Que me dejes en paz…
Si te fijas bien… ¡nos pasamos el día pidiendo cosas a los demás!
Piensa también en el desgaste que experimentas cada vez que no te hacen caso, o no te hacen el caso que te gustaría. Y ahora reflexiona: ¿por qué te ocurre? Si tus respuestas van en la línea de: porque la otra persona no se entera de nada, porque no me entienden, ya deberían de saber lo que me pasa… pues estás leyendo el artículo adecuado. Tienes que tomar conciencia de que los demás no son adivinos y que, si quieres que alguien mueva ficha, primero, DEBES DECIRLO y, segundo, hacerlo de manera que el otro entienda SIN PONERLE A LA DEFENSIVA.
En este punto, te planteo dos situaciones para que reflexiones acerca de qué tipo de respuesta te define mejor:
- Si alguien te dice “tú no tienes razón”, ¿qué tipo respuesta se acerca más a cómo reaccionas habitualmente?:
- Vale, igual no tengo razón (y piensas que no merece la pena complicarse la vida).
- Tú sí que no tienes ni idea.
- Creo que mi postura está razonada, déjame entender por qué no te parece adecuado lo que digo.
- Si en un bar te ponen un café frío, ¿cómo reaccionas normalmente?:
- Te lo bebes sin rechistar (piensas cosas del tipo: me da cosa decirlo, puedo bebérmelo así, no quiero que piensen que soy tiquismiquis).
- Reclamas tu café caliente generando tensión en el ambiente (piensas cosas del tipo: que con lo que pago deberían poner más cuidado, no se puede ser tolerante con estas cosas, es una falta de respeto al cliente, me da igual si el camarero se molesta).
- Pides con naturalidad que te lo calienten (le dices algo del estilo: el café está frío para mi gusto, ¿me lo pueden poner más caliente, por favor?)
Las respuestas 1 son típicamente pasivas y las 2, agresivas. Encontramos la asertividad en el modo de respuesta 3. ¿Cuántas veces y en qué situaciones te comportas como 1, 2 ó 3?
Llevo años introduciendo el concepto de Asertividad en mis formaciones a empresas y es sorprendente el desconocimiento que existe de una herramienta tan necesaria para relacionarnos con los demás de manera eficiente. Y cuando mis alumnos descubren estas técnicas (los que se lo toman en serio, claro) la vida les cambia, la profesional y la personal.
Fíjate con qué facilidad nos movemos por los extremos: o la lío o me callo para no liarla. Esto significa que solo contemplamos dos opciones, la pasividad (me callo) y la agresividad (se monta la de San Quintín). Pero existe una postura intermedia que nos permite decir lo que necesitamos sin deteriorar la relación. En otras palabras: ¿se puede decir lo que uno necesita sin romper la cuerda? Sí, es posible, y eso se llama asertividad: la habilidad de expresar lo que necesitas con claridad y determinación, mientras respetas los derechos de los demás.
Pero callarse las cosas también tiene ventajas, ¿verdad? Pues claro que sí, soy consciente de ello. No siempre es conveniente decir todo lo que uno piensa, vivimos en comunidad y también nos debemos a un juego de fuerzas que busca el equilibrio social, no estamos solos. Así que callarse la boca es positivo cuando es un acto voluntario en beneficio de uno mismo y de los demás (ganar-ganar, win-win). Sin embargo, cuando adoptas una actitud pasiva callándote lo que te gustaría decir un día, y otro, y otro… aparecen problemas. Efectivamente, la persona crónicamente pasiva:
- No defiende sus derechos, los sacrifica en beneficio de los demás
- No dice lo que quiere, supone que los demás ya lo saben
- Acumula tensión
- Cede frente a los demás, deja que escojan por ella
- Evita conflictos
- Quiere quedar bien con todos
- Se queja a terceros no a quien le ha molestado
- Son personas “sacrificadas”
- Espera que las cosas ocurran sin provocarlas
- Un día estalla y lo rompe todo…
Como hemos visto, la pasividad sin control genera perjuicios porque ni consigues lo que necesitas y encima te quedas mal por dentro. Sin embargo, la agresividad sí que permite conseguir muchas veces lo que uno quiere (esto me dicen algunos…). Es cierto, al menos en el corto plazo. Pero el reguero emocional que deja no es apetecible. La persona típicamente agresiva:
- Impone sus derechos sin tener en cuenta los de los demás
- Impone sus criterios ante la persona pasiva
- Se pelea ante personas activas
- Solo piensa en sus objetivos
- Quiere dominar
- Todo es perder o ganar
- Genera conflictos
- Crea situaciones incómodas
- Deja mucha tierra quemada…
Así que te propongo que apuestes en general por el estilo de comunicación asertivo. En cualquier caso, no todo el monte es orégano y esta opción tampoco queda exenta de problemas ya que el diablo del malentendido acecha y se manifiesta cuando menos te lo esperas. Lo que sí puedo afirmar es que cuando te pronuncias de manera asertiva aumenta enormemente la probabilidad de que nos entendamos o nos pongamos de acuerdo. Ante la pasividad y la agresividad, por el contrario, las opciones se reducen drásticamente.
Y no estoy escribiendo por escribir… La investigación revela correlaciones significativas entre la asertividad y el estrés y la satisfacción laboral. Parece que los profesionales asertivos viven mejor y generan relaciones más sanas en su entorno. Estos estudios invitan a contemplar el entrenamiento en asertividad como parte importante de los planes de formación de las empresas y a seguir investigando en el papel que la asertividad y el conjunto de las llamadas habilidades sociales juegan en la satisfacción y el desempeño laboral.
Aprender a expresar lo que uno necesita es una de las inversiones más rentables que te puedes plantear. Es un camino que facilita enormemente que consigas tus objetivos profesionales.
Y también sirve para hablar con tus hijos o con tu pareja, pero eso lo dejaremos para otro post… 😊